jueves, 6 de septiembre de 2007

Al guerrero (Salmo 75)

Manifiesta el poder en tu pueblo:
todas las lenguas profieren tu salmo,
porque estás en medio, como fuerza inmensa.
Aquí está tu morada.
Aquí quebraste los relámpagos del arco,
el escudo, la espada, la guerra.
Resplandeciente y magnífico,
es tuya la riqueza conquistada.
Los valientes duermen su sueño
y a los guerreros no les responden sus brazos.
Con tu bramido, poderoso,
detuviste a hombres y caballos.
Terrible es tu nombre:
¿quién podrá resistir al ímpetu de tu ira?
Cuando abres la boca, la tierra teme sobrecogida,
cuando te yergues, de pie como alto juez,
para salvar a los que son humildes.
La cólera humana tendrá que alabarte,
los que puedan sobrevivir al castigo
se reunirán alrededor de ti.
Te hacen votos todos los pueblos
trayendo, como vasallos, tributo al Temible:
porque dejas sin aliento a los príncipes
y te temen los reyes de este mundo.


Un bramido feroz en el campo, un pecho de fuego de fragua percutido de violentos latidos, lanzas enhiestas y lanzas que vuelan y astas lanzadas y clavadas en la carne enemiga, un fulgor azul en los ojos ágiles que perforan primero lo que hará luego la espada, y espadas durísimas de un hierro que hoy no existe, que no podrían brandir los hombres de hoy, y brazos durísimos de un temple que hoy no existe, desnudos detrás de los escudos, tensos hasta el final de la tormenta.

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